¿Qué significa ser niña o
niño hoy? Esta es la pregunta que nos hicimos en la sexta y última sesión de la
#EED de este curso, en una jornada donde la comida fue la excusa para
reflexionar sobre los modos de vida, las representaciones mediadas y las
realidades que configuran la cultura infantil actual. Un grupo muy concreto de
personas que, tras como nos adelantó nuestra primera invitada con una de sus
geniales metáforas, ya no van al campo sino al Alcampo, de manera que la
naturaleza ha dejado de ser un referente para serlo el centro comercial. Para
debatir estos temas, en Comida para
aprender, contamos con la participación de Heike Freire, experta en educación centrada en el papel, cada vez
más relevante, de la naturaleza en la sociedad postindustrial y Elena Roura, responsable de los
programas educativos de la Fundación Alicia (Alimentación+Ciencia), y con el
taller Croquetas pedagógicas diseñado
en este caso por Clara Megias.
La frase que da título al
presente post condensa en sí misma las problemáticas de la infancia posmoderna,
una infancia que constituye el 15% de la
población en España y que disfruta
de unas características recién adquiridas que articulan un estilo de vida muy
específico y del que es difícil escapar. Entendiendo la cultura como el conjunto de representaciones que
configuran la forma de entender el mundo de una sociedad determinada, McDonald’s se consolida como una fuente representacional
muy potente (sobre la que poco puede articular, pongamos por caso, un plato de
lentejas), Call of duty aparece como
una realidad paralela al juego tradicional (donde el movimiento solo se lleva a
cabo en la esfera de lo virtual) y Marina
d’Or puede ser el lugar donde mayor contacto desarrolla un niño con la
naturaleza (¿) en su entorno de vacaciones.
Partiendo de esta idea de
cultura e infancia, en la primera conversación de la mañana reflexionamos sobre
la realidad de que los niños y niñas contemporáneos están muy solos debido a la desarticulación de la familia tradicional
(cada vez conocen menos a sus abuelos, tíos, primos…, y muy pocos de ellos
tienen hermanos), pasan más del 76% de
su día sentados o tumbados y sufren una tasa de enclaustramiento espectacular disfrutando más bien poco del
tiempo al aire libre. Niñas y niños que han
perdido la calle y que, como nos recordaba Heike, han perdido la manada, el ser compartidos con el resto de la tribu, por
lo que permanecen mucho tiempo solos en casa con sus padres y madres sin
contacto con otros agentes de su entorno. Niños y niñas que pocas veces se
mueven en espacios intergeneracionales y donde la construcción del propio ser
es enteramente distinta a la construcción del yo de la infancia de hace apenas
25 años.
Partiendo de la idea común
de que la tecnología ha de servir para
enriquecer la vida y no para empobrecerla, Heike reiteró que se debe combinar
con experiencias reales profundas. En un mundo absolutamente tecnológico sería
absurdo negar la tecnología pero, y este fue un tema central en la sesión, los niños viven cada vez más en un mundo de
representaciones pero no debemos olvidar que dichas representaciones están
siempre mediadas, por lo que resulta de suma importancia reflexionar sobre quién
y para qué las media. Según Heike, ningún niño menor de doce años debería consumir
representaciones tecnológicas más allá del tiempo de sus experiencias en su vida
real. A partir de esta edad es otra cosa. Y es que hay tres elementos clave
para el desarrollo físico e intelectual de un niño o niña menor de 12 años: los afectos, el movimiento y la comunidad,
y es una realidad que la tecnología potencia la existencia de un niño quieto. Los
niños contemporáneos deben interactuar
con la tecnología pero SIN PERDER EL CONTACTO DIRECTO CON LA VIDA REAL. Los
niños contemporáneos puede que vayan al Alcampo, pero, por definición, deben ir
al campo también y mucho… La
tecnología ha de servir para enriquecer, pero nunca suplantar la realidad, el
juego, el movimiento, el afecto directo con otras personas o el contacto con la
naturaleza.
De la vida fuera de la
escuela pasamos a analizar lo que pasa en un entorno en el que niños y niñas
pasan ocho horas al día de lunes a viernes, nueve meses al año, y de cómo las escuelas deben ser transformadas en
lugares para la vida, lugares donde desaparezca el stress (y aquí
conectamos con la slow education) porque resulta común decir que un niño
estresado no aprende. Si, tal como dijo Heike (y lo suscribo totalmente) somos sujetos de placer, hay que
recuperar el placer también en la escuela, y en este sentido la comida cumple
un rol fundamental, especialmente en los contextos educativos donde la tónica y
los recuerdos de muchos conectan precisamente con lo contrario al placer. En
este punto es donde Heike desarrolló los temas que domina en relación con la
temática de la comida proponiendo varias alianzas, siendo su primera propuesta utilizar
la comida para moverse ya que, al contrario de lo que muchos profesionales de
la educación sostienen, se aprende mejor
cuando nos movemos que cuando nos quedamos quietos y la comida en el aula
puede ser una herramienta que provoca movimiento.
Esta propuesta conectó con
la siguiente, la comida como herramienta
para crear comunidad, una de las funciones que sostengo como más
importantes de la comida en el contexto de una educación disruptiva. Cuando
introduces la comida en el aula transformas
la clase en una celebración en la que compartir fomenta el conocer, se
produce el relax y la conexión, aparecen los afectos y se crea vínculo. En el
proyecto ESTO NO ES UNA CLASE, el simple hecho de desayunar juntos cada mañana
transformaba por completo el proceso de aprendizaje al entender la comida como
juego, como elemento de gamificación y ya sabemos por otras sesiones que la
generación de dopamina es la
antesala del aprendizaje….
Tercera propuesta, la comida puede utilizarse también como
herramienta para trabajar el poder, sobre todo para empoderar a los
estudiantes como participantes cuando les dejamos cocinar, ese extraño proceso
que parece que solo puede ser realizado por un adulto. Cuando empoderamos a los niños como productores
culturales y les dejamos tanto cultivar como cocinar (en el caso de
dejarles cultivar, cumplen un rol fundamental los huertos escolares que además
son una herramienta clave para entender el concepto de proceso a largo plazo),
estamos siendo profundamente disruptivos y estamos dejando de lado lugares
comunes, al mismo tiempo que no dejamos usar a los niños y niñas cuchillos o
encender un fuego para trabajar los beneficios de lo que espontáneamente
llamamos pedagogía del riesgo, un
riesgo que impide que puedan entrar en las cocinas de las escuelas, algo que todavía
no he entendido muy bien por qué sucede. La comida se transforma entonces en
una herramienta para la sorpresa y la
responsabilidad.Heike también propuso la comida como herramienta para la
transdisciplinaridad, para potenciar la creatividad, para entenderse
(identidad y cultura local), para conectar con la realidad, con lo táctil, con
aquellos sentidos que las pantallas no tienen, terminando su discurso dejando
caer la idea de la comida para
maravillarte, como elemento espiritual.
En la segunda conversación
tuvimos el placer de compartir con Elena
Roura, responsable de los Programas Educativos de la Fundación Alicia, un
centro de investigación ubicado en Sant Fruitós de Bages
(Barcelona) cuya meta no es únicamente investigar sobre la nutrición en sí,
sino sobre cómo se cocinan los alimentos
y, sobre todo, cómo los comemos. La Fundación Alicia nos invita a
preguntarnos ¿cómo podemos tener tanta información sobre la comida y comer tan
mal al mismo tiempo? Para intentar contestarla se rodean de antropólogos,
historiadores y artistas que reflexionan junto a cocineros y endocrinos sobre
temas como el enorme problema del desperdicio alimentario, la instalación de
cocinas pedagógicas, las fobias relacionadas con los alimentos teniendo como
principal objetivo la transformación social.
Como no podía ser de otra
manera, a la Fundación Alicia le interesa mucho la educación, en concreto la relacionada
con el tema de la obesidad, que en
nuestro país está llegando al 28% de
niños y niñas entre los 2 y los 17 años en una sociedad que, conectando con lo
que nos decía Heike, es sedentaria en un 42%
de los casos. Por estas razones, la Fundación Alicia ha desarrollado una
pirámide de trabajo dividida en cuatro temas:
Qué comemos
Cómo lo cocinamos
Cómo lo comemos
La importancia del movimiento
Dentro de esta pirámide, el tema más importante a
mi juicio es cómo comemos lo que comemos
ya que la idea de celebración y de vínculo cultural que se crea a través de la
comida es fundamental y cómo a través de estas comidas grupales, y muchas veces
intergeneracionales, se crean modelos identitarios y de poder que pueden ser
más o menos democráticos. Elena nos comentó cómo para trabajar esta pirámide en
las escuelas han desarrollado el programa TAS
(Tú y Alicia por la Salud) específico para comunidades que trabajan en la
educación secundaria, que nace a partir de
la idea de que si los adolescentes se implican en el diseño de soluciones para
comer mejor desde la escuela, les será más fácil interiorizarlas y llevarlas a
cabo en su vida adulta y serán un modelo a seguir para el resto de compañeros y
para los más pequeños. Es por lo tanto un proyecto intergeneracional de mentorización alimenticia que se basa
en un concepto muy interesante como el que la mayoría de nosotros somos kitchen orphans, (que se podría
traducir literalmente como huérfanos de cocina y si lo hacemos de una manera
más literaria, podría ser algo así como “ignorantes culinarios”), término que
nace de la realidad social de que la mayoría de la población no sabe cocinar
porque cada vez se cocina menos en los hogares y hemos perdido por lo tanto el
referente de hacerlo. Para solucionar este problema de imaginario, la escuela
debería incorporar como contenido básico competencias relacionadas con la
cocina de manera que los “ignorantes culinarios” sean capaces de aprender a
cocinar desde un ámbito que no sea el doméstico.
Me parece muy disruptiva y a la
vez muy de sentido común esta idea: si algo
tan importante como alimentarte y cocinar ya no se aprende en casa, la escuela
ha de coger el testigo y afianzar estos aprendizajes. Desde mi punto de
vista (y sospecho que muchos de los que estábamos presentes en la sesión
pensamos lo mismo) en el siglo XXI quizá sea más importante aprender a cocinar
que aprenderse la lista de los Reyes Godos por lo que, una vez más, tal como
hicimos con la fotografía, el humor o los teléfonos móviles, desde la #EED
reivindicamos la idea de que otro tipo de currículum es necesario.
Por último, en el taller Croquetas Pedagógicas pusimos en
práctica todo lo aprendido en las conversaciones de la mañana, de manera que Clara Megías apareció con una bandeja
llena de sugerencias que consiguieron que se compartiesen comida y conocimiento
con microacciones que tuvieron que realizar los participantes (entre ellos podíamos
encontrar mensajes del tipo “Busca a alguien mayor que tú y pregúntale cuál es
la especialidad culinaria de su familia” o “Busca a alguien más joven que tú y
pregúntale si sabe cuáles son las frutas y verdura de temporada”).
La comida como excusa para
repensar la educación es, como todos los temas que hemos tratado, un motivo para romper con el pasado, para
romper con un modelo que NO nos representa. Necesitamos vincular la
educación con el placer, con la celebración, con el movimiento, con la
tecnología, con la realidad y a la vez con la manada y el riesgo, debemos dejar
que niños y niñas jueguen con fuego, se reconozcan como productores de comida y
no solo como consumidores, que se
relajen los tiempos y se cultive en los centros educativos, entre otras cosas
para que aprendamos la importancia que tiene darle tiempo al proceso. Necesitamos
aprender a cocinar, y si en casa es imposible, pues aprendamos en la escuela y,
sobre todas estas cosas, necesitamos ser felices, lo que es mucho más probable
que suceda en el campo que en "Alcampo".
¡¡¡Buen provecho!!!
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