Esta semana he estado en
dos museos. Y en los dos me he sentido feliz. Y me he sentido feliz por que
ambos lugares me han dejado ser la
autora de mi propio discurso: en vez de aplastarme con todo aquello que
ambos museos querían decir sobre mi, he sido capaz de narrar la historia que me
interesaba sobre ellos. Y no ha sido fácil. Me explico.
El lunes siete viaje hasta
Oporto invitada por el Museo de la Moneda (y en concreto por Amelia Cupertiño directora del centro)
y por Alice Semedo (profesora de
museología en la Universidad de Porto) para participar en el evento “Museos participativos: cuestiones de
accesibilidad, sustentabilidad y otros manifiestos”. La mayoría de los
muchos museos de Porto estaban representados en la jornada así como otros
profesionales relacionados con la educación artística como Teresa Ecca o Joao Queiroz.
Me perdí el principio
(sobre todo me dio pena no asistir a la charla de Jocelin Dodd Directora del Research Centre for
Museums and Galleries de la Universidad de Leicester) pero llegué a la parte de la sesión en que,
divididos en grupos, trabajamos para hacer diferentes manifiestos sobre los
museos. A mi todo esto me pareció alucinante ya que llevo tanto tiempo
trabajando la idea de los manifiestos en la educación y cuando acababa de leer
el increíble manifiesto de Orhan Pamuk
sobre los museos hacia pocos días. Tras una excelente comida, como ocurre
siempre en Portugal, dio lugar la segunda parte del evento en la que tuvo lugar
mi intervención. En un principio, conseguí borrar las sombras de siesta debido
a que pedí a las asistentes quitarse los zapatos y subirse a la sillas: nada
mejor para hablar del miedo que
experimentarlo. Y así fue, con el miedo pegado a la piel, donde comencé a hablar de ese museo que nos humilla, que nos baja la auto estima, que nos deja como ignorantes, ese museo que funciona como un macrorelato y que ya sea desde la historia, desde las artes o desde la ciencia, no nos tiene en cuenta como individuos, nos borra del mapa. Reivindiqué la rEDUvolution en los espacios culturales como un sistema de reparto simétrico del poder donde los espectadores tienen la oportunidad de trabajar su identidad desde las micronarrativas construyendo una visión diferente a la que nos presentan la familia, la escuela o los media. Fue una experiencia de felicidad, tanto intelectual como estética y gastronómica en la que aprendí tanto como enseñé.
El jueves tuvo lugar en
Madrid un suceso que llevaba mucho tiempo esperando: la apertura del Espacio Fundación Telefónica, ya que en
2010 tuvo lugar un programa de formación específico para crear lo que hoy es el
Departamento de Educación de dicho
centro. 1.500 personas se acercaron a ver un lugar dividido en cuatro salas y
un auditorio específicamente destinados a cuestiones educativas. En Fundación
Telefónica Pedagogías Invisibles nos
sentimos como en casa: recorrimos todas las salas, saludamos a todos los amigos
y amigas y fuimos muy felices charlando, riéndonos y bebiendo cava.
Como dice Orhan Pamuk: “Estamos hartos de museos que intentan armar narraciones históricas de una
sociedad, comunidad, equipo, nación, pueblo, empresa o especie. Todos sabemos
que las historias cotidianas y ordinarias de los individuos son más ricas, más
humanas y mucho más gozosas que las historias de culturas colosales”. Si entre
todos los que trabajamos en los museos conseguimos que lo cotidiano y la
experiencia se imponga ante la imposición y el simulacro, empezaremos a
sentirnos felices en los museos: justo como me he sentido yo esta semana en dos
de ellos.
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