Esta semana no solo ha
llegado la primavera de una forma física a Waterville, sino que también ha
llegado de forma metafórica a través de lo que se denomina como Spring Break y
que coincide con las vacaciones de Semana Santa en España. Está claro que ambas
celebraciones tienen que ver con el paso de ciclo, tienen que ver con dejar el
invierno atrás y que comiencen los días largos, la luz blanca, las yemas de las
plantas a punto de explotar y una recarga energética general. Esta semana en la
que no ha habido actividad académica en Colby, he tenido la suerte de que
viniese hasta aquí Lucía Sánchez
profesora de educación secundaria del Área de Plástica y Visual muy preocupada
en el cambio de formato, miembra
super activa de Pedagogías Invisibles,
investigadora cualitativa e innovadora y, sobre todo, amiga.
Con la escusa de hacer una
tutoría (la tutoría más cara del mundo porque Lucía vive en Madrid), ha pasado
tres días con nosotros en los que se convirtió en mi sombra a la vez que
rematábamos los últimos flecos de su tesis doctoral, una investigación que
explora desde la práctica la necesidad
de transformar la evaluación en una ayuda para que el aprendizaje suceda en vez
de precisamente el elemento que anula el aprendizaje y transforma la educación
en un simulacro bulímico. Además de acompañarme al Walmart y comprobar con
sus propios ojos como se pueden comprar en el mismo lugar una lechuga, unas
zapatillas de andar por casa y un rifle de doble apertura, el tiempo que hemos
pasado juntas ha servido para reflexionar de manera rizomática sobre varios temas
rEDUvolucionarios.
El primer tema sobre el
que evidentemente hablamos fue sobre los problemas de la evaluación y la
realidad de que la principal causa de
que el sistema educativo actual esté enfermo es que tenemos una educación
basada en la evaluación en vez de una educación basada en el aprendizaje.
Tenemos una educación cuya principal meta es la certificación, la legitimación
de lo memorizado por parte de los estados, un proceso que muy poco o nada tiene
que ver con la creación de conocimiento. Tenemos que aceptar el fracaso de la evaluación como un proceso efectivo: si
funcionase no tendríamos los resultados que tenemos en las instituciones
formales y esta es la razón por la que resulta imprescindible reflexionar sobre
cómo, por qué y para qué evaluamos teniendo en cuenta que lo que entendemos por
evaluar, y su principal herramienta,
calificar, consisten en representar numéricamente lo que consideramos que ha
aprendido un estudiante con el objetivo de legitimar su paso de un nivel a otro
dentro del sistema educativo formal.
Pero, debido a que soy realista
y se que es imposible abolirla, considero que hay trabajar a partir de tres
frentes con respecto a ella: primero considero que es importante descentrarla que es exactamente lo que
ocurre en los actos educativos no formales donde el aprendizaje sucede sin la
obsesión por los resultados cuantitativos. La nota, la calificación, verdadero
eje de las prácticas bulímicas y de la recreación del simulacro, debe de ser
desplazada, hay que crear entornos donde el centro sea el aprendizaje junto con
todas aquellas características que hemos perdido como el placer en vez de la
obsesión por medir lo que ha ocurrido y representarlo; la segunda propuesta
sería transformarla en investigación y utilizar métodos
cualitativos para ejercerla desde la práctica y, por último, creo que realmente
tenemos que ser creativos, aceptar que el paradigma numérico positivista no es
más que uno de los sistemas de representación posibles y empezar a crear otras formas de evaluación.
La aportación de
Lucía a este tarea idea transformar la evaluación fundamentalmente consiste en utilizar del arte contemporáneo (y en
concreto la perfomance) como sistemas de representación del aprendizaje. En
el estudio de caso que aborda en el libro Pedagogías invisibles, el espacio del aula
como discurso explica como ha puesto en funcionamiento algo aparentemente
complicado :
“Como profesora, muy a
menudo me he sentido mal, frustrada por no ser capaz de medir en qué grado un
estudiante ha procesado realmente y comprendido algo que yo le he explicado.
Más allá de incorporar contenidos memorísticos o procesos mecánicos, la
educación para mi implica una transformación pero, ¿cómo puedo yo calcular que
lo que yo he contado (o hecho) en el aula les ha transformado? ….Y entonces, sucedió. Me di cuenta de que en términos
mercantiles, el dinero es también un
sistema de representación. De hecho, es el sistema de representación del
“valor” por excelencia. Y así se me ocurrió: intercambiar trabajos por dinero. Imprimí mis propios billetes de 100, 200 y 500 y les di un nombre:
el Terruño (o en inglés Lander). Por cada trabajo entregado el alumno recibe
100, cuando está bien desarrollado le doy 200, y si además plantea una idea
original (y se sale del tiesto) recibe 500. En realidad todo está trucado, yo apunto minuciosamente el
dinero que van acumulando. Y el día antes de la subasta voy pensando qué nota
creo que se merece cada uno con respecto al conjunto de la clase, cuidando de
que todos los que tienen la misma cantidad obtengan la misma nota. Valoro en
términos de dedicación, más que de esfuerzo. Y en términos de originalidad.
Premio siempre al que no tiene miedo.”
Las conclusiones a las que
ha llegado Lucía las podremos leer dentro de poco cuando publique su tesis,
pero hoy me gustaría compartir de manera anticipada algunos de los beneficios
que transformar la evaluación aporta al aprendizaje.
El primero de ellos es que
invita a reflexionar sobre el propio
proceso de la evaluación:
“Antes de
poner en marcha este sistema jamás ningún alumno me había preguntado -“Oye, ¿y
tú cómo evalúas?”-. Cambiar la evaluación en mi caso ha generado dos cosas:
agrado o suspicacia, y a veces las dos. Permite hablar de ello, evidencia lo que antes estaba oculto y
genera reflexión, la posibilidad de hablar de la importancia de “la nota”,
de cómo un número es en realidad un “sistema de representación”. Les explico
que en mi cuaderno no solo llevo las cuentas, sino que apunto impresiones que
no soy capaz de valorar en términos numéricos ni económicos, pero que me sirven
para darles y pedirles más. Les cuento que a través de esta evaluación
creativa intento hacerles ver que las cosas pueden hacerse de mil formas.”
Lo segundo que aporta es que el
momento de evaluar deja de ser una
tortura (y estoy pensado en los exámenes) para convertirse en una experiencia:
“La
“subasta” además de una performance, es performativa.-“¿Para qué te sirve un
9?”- les digo –“Para nada, no sirve absolutamente para nada. Pero lo que has
aprendido… eso siempre lo llevarás contigo”.
Otro de los factores que
explota es la autocorrección,
probablemente el método de evaluación mejor del mundo. La reflexión que se
genera con la perfomance que Lucía plantea invita a los estudiantes a explorar
su aprendizaje y ser capaces de que sean ellos mismos y no un agente exterior
quiénes determinen el valor de su trabajo y ponga en funcionamiento
determinadas acciones.
Y, para terminar, fomenta la creatividad del profesor entendido como
un productor cultural en todas las fases del proceso así como la creatividad de los estudiantes cuando
son invitados a desarrollar sus propios modos de evaluación.
Dirigir a alguien una
tesis doctoral es una posibilidad única
de enlazar las biografías de dos personas con intereses comunes entendiendo
el verbo dirigir como el de compartir, el de enseñarnos cosas mutuamente, el
de tejer el rizoma. Desde la organización en 2011 del seminario Edupunk y universidad: son necearios los
doctorados en tiempos de Facebook donde trabajamos el tema con Alejandro Piscitelli, en Pedagogías
Invisibles estamos intentando transformar
el simulacro de la realización de una tesis doctoral en la generación
rizomática de conocimiento compartido. En los tiempos que corren, lo colaborativo ha de sustituir a lo
individual, el trabajo en equipo al doctorando solitario, lo biográfico debe de sustituir a lo ajeno, lo narrativo ha de sustituir al lenguaje
académico incomprensible y narcótico y lo audiovisual
y el formato electrónico a lo únicamente textual y en papel.
Compartir el conocimiento
es la razón que tenemos para hacer investigación en el siglo XXI, infectarnos
con las ideas de otros en vez de trabajar solos y creer que el conocimiento es
un objeto que pertenece a alguien en exclusiva. Así es como entendemos Pedagogías
Invisibles la investigación doctoral y como la llevamos a la práctica: tejiendo, intercambiando, regenerando.
Gracias Lucía.
1 comentarios:
Muy bueno, gracias por compartir y ayudar al futuro docente!
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